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Espíritu Santo es una isla grande (102 km2) rodeada de un conjunto de
isletas más pequeñas conocidas como Isla Partida, Los Islotes, La Ballena,
El Gallo y La Gallina. Se localiza a unos 20 km al este de La Paz. Por su
proximidad con la bahía de La Paz, la isla ha sido intensamente utilizada en
el pasado y continúa siendo una de las islas más visitadas del Mar de
Cortés. Está llena de evidencias de ocupación prehispánica por el pueblo
Pericú. En el siglo XIX, Don Gastón Vivés estableció aquí la primera granja
de ostiones de perla de todo el mundo.
En los años sesenta se otorgó al estado de Baja California Sur la categoría
de puerto libre y la economía hizo una rápida transición de la ranchería y
la agricultura al comercio. Como resultado de esto, las comunicaciones se
desarrollaron rápidamente, se construyeron puertos para transbordadores,
aeropuertos y la carretera transpeninsular, pronto el turismo comenzó a
despegar. Algunos de los primeros empresarios que amaban la belleza natural
de la región comenzaron a desarrollar una nueva forma de turismo ligado a la
naturaleza que incluía actividades de bajo impacto como avistamiento de
ballenas, paseos en kayak, campamentos y visitas a las islas.
El Ecoturismo era un concepto nuevo y revolucionario para México y aquí se
estableció un ejemplo para otras regiones. La pesca costera en pangas
abiertas también se desarrolló en los sesentas/setentas y los pescadores
comenzaron a utilizar la isla como campamento temporal. Para 1999 había 22
de estos campamentos temporales en operación. Finalmente, un tercer sector
social, los académicos e investigadores, también se desarrollaron con la
nueva economía. Una universidad y dos centros de investigación se
establecieron en La Paz en los setentas y los investigadores comenzaron a
visitar la isla y a utilizarla como conveniente estación de campo. A pesar
de estos usos, la isla está en un extremadamente buen estado de
conservación, un hecho empírico que demuestra que el turismo de bajo impacto
sobre la naturaleza está realmente alcanzando sus metas.
Sin embargo, y a pesar del uso común que sus muchos clientes le dan, la isla
tiene propietarios legales. En 1976, dos años antes de que saliera el
decreto de protección a las islas del Mar de Cortés, la Secretaría de la
Reforma Agraria (SRA) dio ocupación legal de la isla al ejido Alfredo Bonfil
de La Paz. En los años noventa, al enfrentarse a una crisis de escasez de
agua subterránea en tierra, el ejido comenzó a buscar usos alternativos no
agrícolas para sus tierras y voltearon la vista hacia Espíritu Santo. En
1992 la Constitución Mexicana fue enmendada, permitiendo que las tierras
comunales ejidales fueran privatizadas, por lo que el ejido Bonfil obtuvo
autorización de la SRA de fraccionar 90 hectáreas de la isla para
desarrollarlas. Por esta razón surgió un conflicto obvio entre el decreto
que declaraba todas las islas del Mar de Cortés como área natural protegida
y la autorización de desarrollo para Espíritu Santo. Esto, a su vez, llevó a
una especie de paralización legal en la que la gente del ejido tiene derecho
de desarrollar la isla, pero no han conseguido los permisos necesarios de la
Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (SEMARNAT).
Para resolver esta situación, el ejido decidió cooperar con la preparación
de un plan de manejo para la isla. Rápidamente se dieron cuenta que la mayor
oportunidad para obtener alguna entrada por la isla era a través de su uso
de manera compatible con su estado de área natural protegida. El plan de
manejo fue elaborado por CICIMAR, un centro de investigación local, con la
participación de las Autoridades de la Reserva, ISLA (una ONG de
conservación), la Nature Conservancy, la Universidad de Baja California Sur
(UABCS), el Centro Mexicano de Derecho Ambiental (CEMDA) y, principalmente,
el ejido Bonfil. Se llevaron a cabo un gran número de talleres y en 1998
quedó listo el documento final. El plan de manejo de Espíritu Santo fue el
primero de estos planes que se terminó y se convirtió en un ejemplo de
conservación regional. El hecho de que los propietarios de tierra ejidal
decidieran participar y así reconocieran que había restricciones para
desarrollar sus propias tierras insulares, fue realmente un punto clave para
las crecientes presiones de desarrollo a las que aún se enfrentan las islas.
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